jueves, 4 de febrero de 2021

Transformaciones, de la escritora y poetisa Ana María Caliyuri.

 


Ana María Caliyuri

Nació en Ayacucho, reside en Tandil, Argentina. Graduada de la Unicen, jubilada docente. Autora de quince libros en distintos géneros (poesía, prosa, cuentos y novela). Ha sido publicada en Argentina, España e Italia, y en numerosas antologías en diversos países, por mérito de concursos. Su libro de cuentos “Goles Mixtos” fue finalista de Faja de Honor de la SEP (Soc. escritores pcia BsAs) y ha sido valorada su obra con la Faja dorada que entrega la SER. Su último libro publicado es “Cuentos dulces para un atajo” de Ediciones Tahiel y Goles Mixtos actualmente se encuentra en ebook en Amazon y Tahiel Ediciones.

Traduce al español a distintos poetas italianos.  Ha sido jurado en concursos organizados por editorial Tahiel, por la Unicen y en los Torneos Bonaerenses Evita de poesía para adultos 2020. 

Transformaciones

En el transcurrir de mi oficio de buscadora de joyas sin editar me he tropezado con numerosos chascos y falsos manuscritos. Pero tenía la corazonada de que esta vez no sería en vano. Lo poco que sé lo sé por Ludovico, el librero de Salto. Él se encarga de pasarme la información a cambio de unos cuantos dólares. 

— Carmen, mi contacto te traerá los manuscritos desde Roma. Ya hice los arreglos. Llega en el barco” La sapiencia”, es un barco turístico. Estáte a tiempo en el puerto, llega mañana, lunes a la tarde o tardecita, averiguá bien. Ya le dije que eras generosa al momento de pagar por esas joyas literarias y le redondeé el número. Por cinco mil dólares, es tuyo. Claro que le dije que vos tenías tu equipo que iba a estudiar el cuaderno, el tipo de papel, los rasgos de la escritura, el estilo y esas cosas y que, si todo coincidía, eras la compradora.

— Ludovico ¿cómo hago para reconocerla?

— Vos no tenés que hacer nada. Ya le pasé una foto tuya, te va a reconocer. Quedáte tranquila, ya arreglamos por teléfono. Ella prefiere ir a tu encuentro. Ya sabés el mundo de la literatura suele ser bastante extravagante y ella no escapa a eso.

Asentí con la cabeza, le di la mano a Ludovico y me fui a regañadientes. No me gustan las cosas a ciegas, pero debía atenerme a las reglas del juego. Si los manuscritos eran genuinos, ya tenía apalabrada la editorial que los publicaría y mi tajada sería en grande.

Conocía parte de la obra de esa escritora, debo confesar que me inquietaba leerla. No era una cosa ni la otra. Ni poeta, ni cuentista, tampoco dejaba de serlo. Había sido musa de unos cuantos, aunque su vida había sido mustia. Sus amores rondaban sus creencias y su madre. Bastante controvertida y hasta histriónica. Su mirada era del aquí y de algún lado más que no puedo precisar.

El lunes amaneció gris y pesado. Apenas comí como para engañar al estómago. Mi ilusión se extendió a lo largo del día, parecía una niña a la espera del viento para remontar su barrilete. En verdad, mi interés por sus manuscritos era de antigua data. Tenía la secreta esperanza de hallar una perla de cordura. Todos alguna vez hacemos algo racional y dejamos huella y yo quería demostrar ese instante de lucidez universal e íntimo.

El barco atracaría a eso de las 19h. Me vestí solemne, acorde a mi antiguo trabajo de relaciones públicas de una renombrada editorial. El color negro me sienta bien. Me miré al espejo y decidí maquillarme un poco. La blancura del cutis me hacía ver como de ultratumba. El maledetto encierro nos estaba dejando sin color a vida. Llamé a la empresa de taxis de mi confianza para que me enviaran un auto. Puntualmente pasó a buscarme a las 18h. A medida que avanzábamos por la amplia avenida en dirección al puerto, una densa niebla envolvió el paisaje. No me gusta no ver con nitidez, me recuerda el paso del tiempo y la inexorable pobreza de los ojos. El taxista aminoró la marcha y con especial cuidado estacionó en el predio destinado para ello. 

—Le voy a pagar por una hora de espera —le dije.

—Usted manda, señora —me respondió con seguridad y alzó el volumen de la radio para tararear el tango “Nada”, mientras tomaba un cigarrillo de la guantera. Odio el humo del cigarro, antes de que lo encendiese apuré mi marcha. De golpe, el anochecer me llenó de enigmas. Hubiese necesitado una brújula en la mente para hallar un Norte seguro. El aire se tornó denso, a lo lejos unas luces mortecinas jugaban a encenderse y apagarse. Odié mis ambiciones. No había ningún barco de pasajeros a la vista. Me dejé llevar por el impulso de preguntarle a alguien, y el único alguien que alcancé a divisar en el muelle se hallaba de espaldas a escasos metros de donde yo estaba. Sentí que me iba alejando de mi senda conocida donde todas las cosas se pueden vislumbrar, pero el espíritu curioso se gobierna solo. Pensaba en la casualidad de estar a la misma hora en el mismo muelle y supuse que sería alguien que vendría a lo mismo que yo. Por la silueta no podía distinguir si era un hombre o una mujer. 

—Disculpa, ¿te puedo hacer una pregunta? —dije estúpidamente.

Una voz grave con alguna disforme respuesta resonó a la par de un trueno ronco. No alcancé a distinguir mejor. Ya más cerca, la silueta giró sobre sus talones y un par de ojos cargados de enigmático frío me miraron más allá de mi cuerpo. Un escalofrío de flor de cementerio en días de hielo se apoderó de mi esencia. Los cabellos rojizos de la mujer se confundieron con los relámpagos en el cielo, y la mirada triste que por un instante se cruzó con la niebla, con el agua y conmigo, me provocó una especie de pena profunda mezclada con pavura. Hui despavorida. Subí al taxi, agitada y descalza. Se ve que en la corrida perdí los zapatos. No fui por ellos. Esa mujer que alcancé a reconocer los necesitaría. Era Marosa di Giorgio, estoy casi segura; la enigmática Marosa, la escritora de los manuscritos que yo buscaba. Hacía mucho que había muerto, o no. O quizá, o siempre, o tal vez, reina en las razones de un cielo que es de niebla. 

Cuando llegué a mi casa me miré en el espejo, quité mi barbijo y por el rabillo de mi ojo alcancé a ver un ala de murciélago que rozaba el libro “Los papeles salvajes” y luego, con la magia de los que creen sin preguntar, se transformó en mariposa de mil colores para finalmente volar con la llovizna que caía mansa.

Hemos probado tiempos y reflejos

 

Hemos probado la hora de todas las horas,

el tiempo de tantos tiempos, ignotos y eternos,

la vida que cabe en el suspiro de un claro reflejo,

el sendero que nos extravía en la lengua ciega.

 

Hemos probado cómo cimbran los mundos,

el dulce lugar que ocupa lo que atesoramos,

la imagen inmensa que cabe en nuestra pequeñez,

la sombra de todas las sombras al acecho.

 

Hemos probado las lágrimas de todos los pueblos,

las ciudades que duelen, y las otras, indolentes,

las cenizas que nacen de las penas profundas,

y las hondas elucubraciones acerca de lo ausente.

 

Hemos probado cuánto cuesta librarse de la noche,

y cómo el alma usa ardides para tejer redes humanas

desde el rincón último que nos pertenece, a sabiendas

de que todo, todo está en juego, hasta la muerte.



2 comentarios:

  1. MUY BUENO EL CUENTO, ME GUSTÓ LA ATMÓSFERA CREADA!!lA POESIA BELLA TB

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  2. Felicitaciones, el cuento breve, muy bien llevado y con un final que incita la imaginación.
    El poema es muy profundo. Felicitaciones.

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