martes, 3 de agosto de 2021

El mundo fantástico de Teresa Samurio.

 

Entre Gaitas y Druidas

 

La sala del geriátrico es amplia, los ventanales están abierto de par en par, dejando entrar la brisa del mar, el rayo del sol lo baña todo, los patios están cubiertos de grandes árboles y exquisitas flores, los bancos están abarrotados de personas, unos que son del lugar, y otros que vienen a visitarlos, el castillo está en la playa de Portobello en Edimburgo.

Margot, es una bella anciana de noventa y cinco años integrante de la nobleza, el geriátrico es uno de sus tantos castillos, que donó para personas de pocos recursos, ellos son atendidos de la misma manera, que aquellos que pagan una fortuna.

A Margot le gusta la lectura, colecciona las revistas de National Geographic, lee bajo un frondoso árbol de camelia, la vida es el arte de dibujar sin borrar, todo eso lo vivió Margot desde su sillón, que es tan viejo como ella misma, ella se cree la Dama de aquellos años, con una diferencia que estamos en el siglo XXI, del año 2018, en un geriátrico de un pueblo perdido de su vida.

 

En las tierras de druidas sus castillos, están envueltos en los fantásticos bosques, sus casas están hechas de piedras, sus paredes son tan anchas como el mismo atlántico.

 La noche comienza con aquella copa de vino, en la calma de la taberna de los druidas, mientras las gaitas comienzan a sonar y la alegría se inundan en ella, se hablaba de poetas, filósofos, y las pinturas negras del renacimiento de ese siglo diecisiete, en los años de 1756. En ellas encontramos la gran variedad de piedras que utilizaban los sacerdotes y chamanes, también vemos los cuadros desnudos de carnes muy blancas, de vírgenes de cuerpos bien alimentados cubiertos en joyas. En ellas están las grandes multitudes, desorientadas en un mundo de bellezas frente a esas montañas, ellas abren sus entrañas para cobijar a todos, en ese rutilante mundo de colores de túnicas, flores y sonrisas de niños, mostrando su interior de un valle cubierto de nieve, con pinos adornados de grandes copos, en un lugar de ensueños.

 Escocia tiene sus misterios, la neblina cubre el lago azul y su monstruo de leyendas, sus hombres siguen peleando por su independencia y sus mujeres guardan esa virginidad que les prometieron sin importar que sus vidas estén en peligro, sus montañas son majestuosas.

Las cadenas suenan con estrépito, cuando baja el viejo puente del castillo dando paso a la caballería, los vikingos se esconden entre ellos.

El corazón se alborota al ver que no hay edad, ni bastón que les impidan ser felices y saber amar, ¿que tienen toda esa gente?

Margot está apoyada en la baranda de la terraza, mira como el agua juega en la arena de la playa, a lo lejos se escucha el sonido de las gaitas.

-Madame Margot, sus amigas las esperan en la salita de té. - dice el mayordomo.

- Acomódalas, dentro de unos minutos bajo, - contesta ella.

Vuelve a observar, ve en la playa a unos jóvenes tomados de las manos, otros sentados en la arena cabeza con cabeza, y las gaitas siguen sonando.

Margot recuerda sus años jóvenes, aquel vikingo que enamoro su corazón, que a escondida tomaba sus manos y se extasiaba escuchando su gaita, hasta que un día su padre lo echo y nunca más lo vio. Ella lo sigue esperando en cada hombre que viene, a pedir para ser alojado ahí, ella lo escrudiña para ver si encuentra esos ojos verdes, ya que el rojo de su cabellera no estará más.

 Los vikingos están entre ellos, son la alegría como el desconcierto de la gente del poblado, las mujeres jóvenes buscan a esos hombres, de cabeza duras y corazones nobles, realizando votos de eterna compresión en esa época de amor y locura.

Ellos creen en la independencia de sus tierras y el valor de aquellos hombres, donde los mitos, las brujerías y los demonios están en la boca de muchos y en la piel de pocos, ellos la ven en los poderosos, con sus mentiras y su hipocresía, que compran un pedazo de cielo acusando a inocentes almas, o contribuyendo en las intrigas para conseguir títulos inmobiliarios.

 Margot comenta,

 - ese cuadro me enloquece, siento el frío de la nieve, el murmullo de la gente, de esa edad media que se entremezclan con el bullicio de este siglo XXI.

Margot hace mímicas como que caminara con gruesas faldas, escuchando el ruido en las grandes piedras del castillo, el olor a moho la hace estornudar.

Ella trabajo toda su vida en una oficina del correo, su pasión fueron los libros y juntar estampillas, no tuvo la oportunidad de casarse ya que su novio murió unos meses antes, ella conservo el anillo en su dedo.

 La brisa se vuelve más intensa, las nubes parecen gigantes cucuruchos de helados, la luz de la torre se bambolea, el mar ruge y golpea con fuerzas sus murallas, los estandartes se enroscan en aquellos cucuruchos, mientras la luna empuja con fuerza la sábana negra de la noche.

 Margot da un ronquido, el libro cae de sus manos y el cielo se abre en dos, en su cara se desdibuja una sonrisa, ella se lleva los misterios de los druidas y el compás de las gaitas, la otra Margot, la está esperando con dos jóvenes, uno de larga cabellera roja y el otro de cabellos cortos y renegridos.

  Así se cuentan estas historias, sin estas dos mujeres, jamás la hubiéramos conocido,

-shhh…escuchen, hagan silencio, las gaitas comienzan a tocar.

 



El gobelino y Evangelina.

 

Es una tarde fría de diciembre. Evangelina está perdida en ese gran armario de roble, buscando aquella tela para hacer él gobelino. El gato juega con los ovillos de las lanas, que fue seleccionado para el mismo. En aquel pequeño y acogedor rincón del living se encuentran los diseños, como lo hizo el gran maestro Picasso con su Garnica.

- ¡Por fin la encontré!,-dice Evangelina, secándose el sudor de la frente a pesar del frio de ese invierno crudo de diciembre, mira la pared al frente del ventanal debe medir unos diez metros de frente por seis de alto, el gobelino podría medir…

- ¡Pelusa, deja esas lanas y ven aquí! – le dice Evangelina con su dulce voz.

- sí, creo que seis de largo por dos y medio de alto va estar bien. Se verá el océano, el monte y las eternas montañas.

Desde la amplia playa veo aquella cabaña de dos plantas y en ella la nobleza de su madera de ciento cincuenta años. Mi embarcación queda enclavada en los arrecifes a pocos metros de la bahía. Un fino hilo de humo se dibuja en el cielo, saliendo un esquisto olor a té, abriendo el apetito de este viejo vikingo. Deseo conocer a esas personas y probar sus scones, luego preparar mi pipa y sentarme frente a la chimenea, dibujándose una amplia sonrisa en esa cara bonachona.

 Atrás de la cabaña se encuentra un monte de cipreses, pinos y eucaliptos, unos pasos más allá las altas montañas que le hacen cosquillas en la panza de las nubes.

El lugar se encuentra en Canadá, es un valle de grandes misterios, de animales sagrados por los indígenas, que dejaron estampadas en las cuevas con colores brillantes, al Dios Cuervo enamorado de la jefa de la tribu, más adelantes ve ballenas que cantan, lobos, cascadas secretas, tierras de ensueños.

Sus playas son besadas por las aguas frías del Pacífico, el lugar lleva el nombre del Valle perdido de Bella Coola que pertenece a las Islas Británicas y su reino.

- ¡Evangelina, Evangelina! ¿Por dónde andas criatura? -pregunta Catherine su abuela. Ella es alta, blanca como la nieve, ojos verdes como el Pacífico, todavía conserva el oro en sus cabellos, se asemeja a una fábula ancestral, con su música inmortal y torres de añoranzas como en los cuentos de hadas.

-Abuela estoy en la salita frente a la estufa, viendo como comienzo el gobelino, golpean con insistencia en la puerta, sacándolas de su conversación.

- ya voy, - dice Catherine bajando las escaleras con gracia y elegancia, abre y se encuentra con un hombre un poco mayor que ella, alto, su piel dorada, su cabello rojo como lenguas de fuego, su cara está repleta de pecas, sus ojos son celeste transparente.

- Buenas tardes bella dama, soy Daven, mi barco encalló y necesito un lugar donde estar.

- Soy Catherine y tenemos aposentos, pase, justo es la hora del té.

Ya en la salita Catherine le pregunta a Evangelina. - ¿Qué pretende hacer en el gobelino?

-Plasmar la historia del valle y de nuestra familia. - dice ella y sus ojos se iluminan.

El invierno pasa con sus tormentas, los cuentos interminables de Daven, sus salidas con Catherine por la orilla de la playa hasta que un día se los ve tomados de las manos. Por las noches se escuchan movimientos en la salita, cantos de cuervos, el silbido agudo de las ballenas, el aullido del lobo preguntándole aquella blanca y fría luna, porque se la llevó dejando a su cachorro solo.

El gobelino va tomando vida, las historias ya están. En el puente la dama se sienta con su sombrilla y a su lado, él, fuma de su pipa. La campesina da de comer a los animales de la chacra cercana, se ve el parque de diversiones, los niños llevan sus globos, en aquel árbol frondoso descansa un pastor, las montañas muestran su nieve eterna, el monte da sus sombras sobre él valle y las aguas besan los pies de la cabaña. 

Evangelina no para de bordar haciendo los últimos puntos, sus colores son intensos, tienen vida, da toda esa sensación, la aguja toma algunos tramos de esa magia que tiene el valle, entrando en cada vuelta de sus puntadas, en cada gota de sangre de los pinchazos, que da vida a sus personajes, se termina de cruzar el último punto, hace el remate y cae la aguja al suelo. Se hace un gran silencio, la ventana se abre, el gobelino se va colocando en su lugar, la brisa lo va acomodando hasta quedar justo, donde ella lo había marcado, se vuelve a cerrar la ventana y el calor de la estufa sigue dando vida al lugar.

Evangelina se fue metiendo en el gobelino con sus historias, el bordado y ella era una sola. Cuando la aguja cae, ella queda atrapada como mosca en su propia tela de araña. Sus ojos azules miran con asombro todo lo que sucede a través del ventanal, ve a su Abuela y a Daven subir en su embarcación, el agua fría del Pacífico la mueve como cascaras de nuez, ella seguirá protegiendo su querido valle, cuidara su magia, sus colores, que seguirán brillando desde el gobelino, en esas noches de luna cuando el lobo llora a su mujer.


Si fuera un mendigo, pediría medio pan y un libro.

García Lorca.

 Todos de una forma u otra le tememos a la oscuridad; a las sombras y a los que están en ellas, las supersticiones nos signan, el horror a esos ojos rojos, cola larga y dientes filosos nos paraliza.

-¿Acaso nosotros nos asustamos viendo la suciedad, al hambre, la pobreza y la ignorancia, al contrario, nos tapamos los ojos para no ver, los oídos para no escuchar y la boca para no hablar? Somos irresoluto, en nuestra manera de ver y actuar.

Por esta y varias razones más, los quiero llevar a ese mundo de fantasías, del cual no quisiera salir jamás, en él aprenderemos la simpleza de la vida.

                                         

La Comarca.

La noche cubre con su manto negro, a los fantasmas que vienen atacarme, con sus grandes garras, los mil ruidos golpean mi sien y mis piernas débiles tropiezan y caigo en un piso duro, pero es suave a la vez por la espesa gramilla. Comienzo por llorar, mientras la luna de agosto da de lleno, sobre mis manos negras y su luz es blanca y brillante.

En el centro de la comarca está Doña Catalina, contándoles cuentos de Horacio Quiroga, al Ratoncito Arco Iris, a Plumoso y a otros cuantos más; Malevo, el grillo más viejo tocaba su quejumbroso violín. Don Sapo cantaba vaya uno a saber qué, las ranas bailaban felices en el estanque, Don Gris, se relamía los bigotes con ese gran queso, que está allá en él cielo y a la vez en el estanque, cuando lo quería agarrar, las ranas lo corrían de lugar. Las ardillas, comadrejas, el gallo colorado y el negro discutían por Clotilde la pechugona; contando distintas historias, Claro de luna la yegua y Sancho Panza el cerdo el más grande de la Comarca y sus alrededores, hablaban del dolor de panza de la abuela de Arco Iris, mientras Don Búho los escuchaba con su santa paciencia. Los Fernández, padres de Arco Iris, le alcanzaban todos los ingredientes para la sopa, solo él podía curarlos a todos, los que vivían felices en ese lugar llamado La Comarca.

Sigo llorando, pienso en mi madre y hermanos, tengo mucha hambre y no puedo levantarme.

Doña Catalina pide silencio.

-¿Acaso ustedes, no escuchan llorar? Pregunta afligida.

Todos siguen hablando y riendo, hasta que ella dá un golpe en el árbol; se hace un gran silencio, escuchándose un llanto tenue y prolongado.

La noche alarga su sombra, escondiendo la maldad del mundo. La tristeza se hace escuchar en el llanto, de un alma inocente clamando justicia. Claro de Luna dice, que viene del camino del hombre.

-El manto negro me supera, me quita la respiración y sigo sin saber en dónde estoy, voy cayendo en un abismo profundo, frio y desolado, sin saber de dónde agarrarme.      

La tristeza se hace escuchar, en el llanto de esa alma inocente clamando justicia. 

Claro de luna dice que viene del camino del hombre, quedan todos en silencio, el frío va en aumento igual que el hambre y la soledad, la oscuridad del abismo me quita la respiración las sombras son frías.

Catalina habla con las luciérnagas, para que alumbren el camino, donde van José el padre de Arco Iris, Claro de Luna y Don Búho. Al llegar al camino el llanto se hace más cercano, la búsqueda empieza hasta que José pega un grito.

-¡Está Aquí, está aquí! ¡Es una niña!  es muy pequeña.

Don Búho se acerca, abre sus inmensas alas brindándole su propio calor y alejando las sombras del abismo que ella vuelve a caer.  

-¡Pequeña, Pequeña! La llama Don Búho abrazándola con sus plumosas y fuerte alas; todos la miran con amor, nunca habían visto a una niña tan pequeña y oscura como la noche.

Lentamente comienza a moverse, cuando abre sus ojos se asusta; Don Búho la calma volviendo a caer en ese abismo interminable. Al despertar se encuentra en el centro del bosque su cuerpo se encuentra en un mullido lugar, es tibi y acogedor.

-¡Se está despertando, vengan! Grita con alegría Arco Iris

Al incorporarme no puedo creer lo que veo, las araña tejen mantas, otras un bello vestido que vista humana jamás pudo ver, la luna regala una hebra de plata, enlazando las perlas del rocío de la noche, para darle su luz eterna; los cien píe hacen sandalias con las fibras de las cortezas de los árboles y las lanas de las ovejas, las ratas ayudan a Don Búho, buscando los ingredientes para  hacer una sopa, su aroma es de tomillo, albahaca y otras yerbas más, ella lo toma con gran entusiasmo y mucho hambre, Don Búho le pide que tome de pequeños sorbos, al terminar ella le agradece con una ampla sonrisa, sus dientes son una fina hilera blanca que resalta en su piel negra, ella se incorpora y le dice.

-Me llamo Violeta, vivo en donde termina el camino del hombre, mi madre se llama Soledad, mis hermanos, Esperanza, Amor, Consuelo, Vida y mi padre Comprensión hace tiempo que Salió a buscar la Paz y se ve que es difícil encontrarla, sus hijos, son los hijos que han dejado en la puerta de ella de los hombres blancos y las mujeres negras, salí a buscar huevos de colibrí y me perdí en el camino mi madre estará muy preocupada.

La vaca Doña Remedio, al verla tan pequeña e indefensa le regala su leche caliente, ella la toma con gran placer cayendo en un profundo, ve a una yegua negra, con una mancha blanca en la frente, que la lleva a su casa, va cargada de canastas, llenas de frutos del bosque, mil huevos, sandalias, mantas, miel, sopa, vestidos, un libro, una nota con una leyenda.

¨Alimenta el cuerpo y el alma con la lectura, sean felices y confíen en nosotros¨

La Comarca.

Te das cuenta, mi querido amigo lector, ¿Por qué no quiero irme de este lugar?

Nunca vi tanto amor, como en estos seres, a los que nosotros, tú y yo ¡Sí! Les tememos, nos horrorizamos y el terror nos paraliza.

-¡Gracias, muchas gracias! Por enseñarnos esta lección, esperemos aprenderlas



                                       

 

              

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

    

 

 

 

 

 

 


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