LA CASA DE LAS PALABRAS
También podían, aún en estos tiempos,
consultar a grandes maestros de las letras, vivos o muertos, o quedarse
sentados en su silla de escritorio, o en una roca del mar esperando que las
palabras vinieran solas. Asimismo podían ponerse a rezar: “¡Canta, oh,
diosa!, la cólera del Pelida Aquiles…”, o tratar de entrenarse repitiendo:
“En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme…”, o bien “Muchos
años después, frente al pelotón de fusilamiento…”, a ver si se les aparecía
una continuación novedosa y ocurrente.
Pero nada pasaba. Hasta que algunos poetas y narradores descubrían por
sí solos dónde y qué debían buscar.
Primero tenían que sentir un pequeño
toque en su propio pecho, del lado del corazón, un latido evocador que de
pronto, surgía solo. Luego, empezaba la verdadera búsqueda, aquella que
conectaba ese sacro latido con alguna cosa o alguna casa enorme, no sabemos si
infinita, alojada en un lugar muy pequeño e invisible escondido en algún rincón
del complejo cerebro, para peor recubierto por unas piezas muy duras e
infranqueables llamadas cráneo, y que más valía que no fueran a romperse nunca.
Allí pues, en algún lugar recóndito del cerebro y del alma, presentándose
bajo la forma de capas subjetivamente superpuestas funcionando con bastante
autonomía pues no siempre querían dejarse ver, estaban las palabras, que
debían buscarse con mucho esfuerzo, a veces dolor y hasta alguna lupa, entre
las tripas intrincadas del órgano cerebral, formado por tubos húmedos y
entremezclados, parecidos a los intestinos.
Por si este hallazgo costara poco,
luego debían unir las palabras con todo tipo de recursos y amuletos,
pronombres, artículos, conjunciones, interjecciones, preposiciones,
contracciones, sintagmas, subordinaciones, signos de puntuación, paratextos,
etcétera, etcétera, etcétera.
Se cuenta que para muchos poetas y narradores esta tarea se asemeja a un trabajo de parto. Algunos sienten que realmente están pariendo un hijo. Otros, que ya podrían morirse más o menos tranquilos luego de terminar su libro.
También los hubo que morían sufrientes
y agónicos en pleno intento de dar a luz su creación.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario