miércoles, 21 de octubre de 2020

La Casa de las Palabras, de la escritora Uruguaya Laura Santestevan.

 





Laura Santestevan, Escritora uruguaya, residente en Salinas. Publicó 5 libros propios: “Amortajadas y hablantes. William Faulkner y el otro sur” (ensayo literario); “Al borde de las columnas de Hércules” (colección de relatos de viajes); “Vaz Ferreira, Hegel, y las prácticas sociales uruguayas en las 1as. décadas del siglo XX” (ensayo); “Dante y lo femenino” (ensayo literario); y “El espejo y la lámpara” (novela). Publicó cuentos, relatos, ensayos y poesías en múltiples antologías en su país y en el extranjero. Su obra fue publicada en revistas, y diarios on line como Agencia Uruguaya de Noticias. Obtuvo Primeros y Segundos Premios, múltiples Menciones Especiales, Menciones de Honor y Reconocimientos, asistido a eventos, congresos, seminarios, y lecturas en centros culturales y educativos donde ha sido invitada. Participó en programas radiales y televisivos en su país. Posee estudios de nivel terciario en literatura. Se desempeña como licenciada en trabajo social en el área de salud mental.

LA CASA DE LAS PALABRAS

 Los poetas y narradores sabían que nadie iba a brindarles las palabras que ellos necesitaban. Podían recorrer librerías, bibliotecas y edificios enteros de libros antiguos y modernos, alfabetos diversos y letras de toda índole, forma u origen, diccionarios especiales y todo tipo de enciclopedias. En épocas más actuales, sabían lo fácil que era utilizar las herramientas de los procesadores de texto, así como el diccionario automático para corregir errores ortográficos o buscar algún “sinónimo”. Incluso pueden entrar a google y rastrear cuanta información quieran del tema que se les antoje.

También podían, aún en estos tiempos, consultar a grandes maestros de las letras, vivos o muertos, o quedarse sentados en su silla de escritorio, o en una roca del mar esperando que las palabras vinieran solas. Asimismo podían ponerse a rezar: “¡Canta, oh, diosa!, la cólera del Pelida Aquiles…”, o tratar de entrenarse repitiendo: “En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme…”, o bien “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento…”, a ver si se les aparecía una continuación novedosa y ocurrente.

Pero nada pasaba. Hasta que algunos poetas y narradores descubrían por sí solos dónde y qué debían buscar.

Primero tenían que sentir un pequeño toque en su propio pecho, del lado del corazón, un latido evocador que de pronto, surgía solo. Luego, empezaba la verdadera búsqueda, aquella que conectaba ese sacro latido con alguna cosa o alguna casa enorme, no sabemos si infinita, alojada en un lugar muy pequeño e invisible escondido en algún rincón del complejo cerebro, para peor recubierto por unas piezas muy duras e infranqueables llamadas cráneo, y que más valía que no fueran a romperse nunca.

Allí pues, en algún lugar recóndito del cerebro y del alma, presentándose bajo la forma de capas subjetivamente superpuestas funcionando con bastante autonomía pues no siempre querían dejarse ver, estaban las palabras, que debían buscarse con mucho esfuerzo, a veces dolor y hasta alguna lupa, entre las tripas intrincadas del órgano cerebral, formado por tubos húmedos y entremezclados, parecidos a los intestinos.

Por si este hallazgo costara poco, luego debían unir las palabras con todo tipo de recursos y amuletos, pronombres, artículos, conjunciones, interjecciones, preposiciones, contracciones, sintagmas, subordinaciones, signos de puntuación, paratextos, etcétera, etcétera, etcétera.

Se cuenta que para muchos poetas y narradores esta tarea se asemeja a un trabajo de parto. Algunos sienten que realmente están pariendo un hijo. Otros, que ya podrían morirse más o menos tranquilos luego de terminar su libro.

También los hubo que morían sufrientes y agónicos en pleno intento de dar a luz su creación.

 


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